Imagen: Cortesía
- Paul Cotgrove fundó en 2013 el Horror-on-Sea Festival, en Southend-on-Sea, balneario inglés en el estuario del Támesis.
- Ahora, tras 10 años es referencia del cine de terror que realizan mediante microfinanciación.
- Este año será durante seis días hasta el 22 de enero y presentarán 36 largometrajes y 44 cortometrajes seleccionados entre cientos de propuestas.
Sin alfombra roja, entrega de premios, el festival inglés Horror-on-Sea cumple 10 años impulsando entre los incondicionales de la serie B el cine de terror independiente que no llegan a los certámenes convencionales.
«Desde el principio decidimos que no tenía sentido copiar a los grandes festivales», explica a la AFP su director, Paul Cotgrove. Él que fundó en 2013 este evento en Southend-on-Sea, balneario inglés en el estuario del Támesis que, con su parque de atracciones y su larguísimo espigón, en verano vive del turismo y «en invierno está muerto».
La idea nació a petición del hotel, enorme y algo derrumbado, que durante dos fines de semana acoge el festival, buscando ocupación en el frío enero.
Cotgrove decidió centrarse «en las nuevísimas películas de terror independientes, las que probablemente no llegan a los grandes festivales porque no están pulidas, son un poco burdas».
Una década más tarde, convertido en referencia de este nicho del género realizado principalmente mediante microfinanciación, el festival muestra este año, durante seis días hasta el 22 de enero, 36 largos y 44 cortometrajes seleccionados entre cientos de propuestas.
La web especializada Dread Central lo clasificó en 2022 entre los mejores de una larga lista que va desde Santiago de Chile a Pekín, pasando por el gran referente de Sitges, en la costa sur de Barcelona.
«Público muy leal»
Nada en las vacías calles de Southend-on-Sea hace sospechar la celebración de este festival, sin glamurosas sesiones fotográficas, cuyos asistentes pueblan el hotel con sus camisetas de películas y sus horríficos disfraces.
«Es un público muy leal, que perdona la producción de bajo presupuesto si hay un buen guión», explica Dani Thompson, actriz estrella del género local, que aparece en seis de las películas programadas.
Debbie Blake, empleada de una empresa de aerogeneradores de 49 años, ha venido en las últimas cuatro ediciones «por las nuevas películas que no puedes ver en ningún otro lugar».
Engulle seis largometrajes al día durante seis días, pese a la incomodidad de una sala con sillas por butacas, un sencillo sistema de videoproyección y un micro que falla regularmente cuando un director presenta su obra.
Después, no hay turno de preguntas. Quien las tenga puede simplemente acercarse a charlar con él en el amplio bar con inmensos ventanales al mar donde se mezclan fans y cineastas.
Aquí durante unos días estos directores, guionistas y actores ajenos a la poderosa industria cinematográfica británica comparten ideas y forjan nuevos proyectos.
Así se impulsó más de uno, ahora reconocido.
«En su primera edición el festival mostró nuestro primer largometraje cuando nadie más se interesaba y eso realmente lanzó mi carrera», reconoce Mj Dixon, que desde «Slasher House» dirigió una decena más de largos y ganó premios en otros certámenes.
Creatividad, crítica social y escapismo
Pese a que su cortometraje «Escalation» ya recorrió mundo, el italiano Christian Bachini está feliz de presentarlo aquí «por la reputación de este festival», que cada noche proyecta un «estreno mundial», a veces finalizado pocos días antes, en su mayoría por realizadores británicos o estadounidenses, aunque este año también programa «A nau dos luogos» del brasileño Gurcius Gewdner.
Muchos directores internacionales, como los españoles Iván Villamel, Coke Arijo, Erik Gatby y David Pérez Sañudo, que presentan sus cortos, no hacen un viaje que deberían pagar de su bolsillo.
Abonada al gore, un tosco humor negro y más de un estereotipo sexista, esta industria mucho más ágil que la tradicional reacciona rápidamente a las crisis. Como el covid, que el año pasado copó «muchas películas», señala Cotgrove.
«Son más creativos porque no tienen mucho dinero y de repente pensaron ‘si salimos a la calle, no hay gente, así que podemos hacer películas sobre calles vacías y es gratis'», dice riendo.
El cine de terror «es a menudo un reflejo de la sociedad», subraya Dixon, citando la clásica «Noche de los muertos vivientes» (1968) de George A. Romero como «una alegoría del cambio social y la segregación».
Pero también «hay mucho escapismo», agrega, especialmente en un momento de «incertidumbres» como el actual, con conflictos sociales, carestía y guerra.
Es «intentar olvidarlo todo y simplemente mirar películas», reconoce Blake.
