* Islas Marías se convertirá en un centro cultural que llevará el nombre de José Revueltas
* La cárcel albergó a 64.000 reos que vivían en semilibertad
Los presos y custodios que habitaban la cárcel de las islas Marías en el Pacífico mexicano resistieron al huracán Willa en octubre de 2018 pero no la decisión del gobierno mexicano de cerrar este año ese centro penitenciario inaugurado en 1905.
La que fuera por 114 años una isla prisión se convertirá ahora en un centro cultural que llevará el nombre de José Revueltas (1914-1976), quien fue recluido ahí en dos ocasiones en los años 30 del siglo pasado.
A lo largo de su historia, la cárcel albergó a 64.000 reos que vivían en semilibertad, y el 8 de marzo los últimos 584 partieron rumbo una cárcel en el norteño estado de Coahuila.
Aunque la isla, que está a 132 km del continente, puede dar imágenes de postal, con un mar en calma y olas que apenas rozan la superficie rocosa de sus playas, quedan cicatrices que dejó Willa: techos caídos, palmeras arrancadas de la tierra y alambres de púas en el piso.
Un bloque de casas de cemento conforma el área donde habitaban los reos de menor peligrosidad. En su interior, había cuartos con cupo para ocho presos con camas de cemento y un baño sin puerta.
En el exterior, quedó un gimnasio al aire libre, un huerto para cultivo de plantas y flores y un taller abandonado, con restos de figuras de madera, herramientas y pintura.
La tristeza de dejar Islas Marías
Aunque el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, declaró que el lugar «va a ser una isla para los niños y para los jóvenes», los custodios que todavía permanecen a la espera de ser reubicados comentan que para muchos de los reos que gozaban de una semilibertad, la noticia no fue necesariamente alentadora.
«Para varios de ellos, sí es un cambio muy drástico. Aquí en su proceso de semilibertad en el que vivían ya estaban adaptados», dice José Becerra, un custodio de la isla.
«Cumplian su proceso muy tranquilos, estaban a gusto con su familia, sí les cayó obviamente de sorpresa el cambio, y pues sí se iban tristes», agrega.
El pueblo donde habitan los custodios frente al muelle, luce prácticamente vacío. La quietud se interrumpe solo cuando pasa el automóvil de la basura o los carros de golf que usan los custodios para transportarse.
El personal deambula nervioso por las calles sin semáforos del pueblo, a la espera de su traslado a tierra firme.
«Dejar de vivir en un paraíso pues siempre es difícil, siempre es muy difícil volver a asimilarse a la sociedad», dice Ricardo Ramírez, coordinador de Protección Civil de la zona.
Imagen: AFP