- No empuñan armas sino termómetros tipo pistola y llevan en sus mochilas decenas de bolsas con gel antibacterial, jabón líquido y barbijos, kit de supervivencia en tiempos de COVID-19.
- «Tienen que estar conscientes de la distancia, para medirla podemos abrir los brazos», indica Moreno extendiendo los suyos, mientras algunos sonríen y otros imitan el movimiento.
- Tras visitar unas 48 poblaciones callejeras desde que empezó el confinamiento, a finales de marzo, el comando percibe que la COVID-19 aún no llegó a la calle, pero temen cuando suceda.
Un comando rojo ayuda a la gente en situación de calle en la Ciudad de México.
Al verlos llegar vestidos con monos rojos, coloridos botines militares y el rostro cubierto con barbijos y viseras, habitantes sin techo de Ciudad de México los llaman «astronautas» o los comparan con estilosos referentes de la cultura pop.
«Nos dicen que parecemos de la Casa de Papel, que parecemos bomberos, cazafantasmas», dice sonriendo Karen Martínez, de 28 años, minutos antes de empezar su misión, quizá tan emocionante como la de aquellos personajes.
No empuñan armas sino termómetros tipo pistola y llevan en sus mochilas decenas de bolsas con gel antibacterial, jabón líquido y barbijos, kit de supervivencia en tiempos de COVID-19.
No solo los reparten. Enseñan cómo utilizarlos a personas sin hogar que los reciben con júbilo pero con un clamor: el abandono y la indiferencia han crecido aupados por el nuevo coronavirus.
Completan el comando otros cuatro psicólogos veinteañeros al mando de Luis Enrique Hernández, de 50 años y fundador de El Caracol, una ONG que desde 1994 protege a poblaciones callejeras de Ciudad de México.
Con 9 millones de habitantes, la capital es la zona más afectada de México por el coronavirus, con 16.758 contagiados y 1.461 defunciones.
«Les doy gracias», a comando rojo en Ciudad de México
Espigada y llamativa en su traje rojo, Alexia Moreno, de 26 años, camina enérgicamente por la céntrica avenida Balderas.
Apenas la ve, Mariana Millán, quien duerme en el portal de una estación de metro y subsiste limpiando parabrisas, corre hacia ella con los brazos abiertos. «Gracias a Dios (me han ayudado) mucho, por eso les doy gracias», comenta Millán, de 22 años.
Minutos después, Moreno es rodeada por un grupo de niños y adultos desharrapados. Se suman luego muchachos idos de inhalar solventes.
Sin un ápice de miedo o desagrado, repasa con ellos las claves para prevenir y reconocer síntomas de la COVID-19.
«Tienen que estar conscientes de la distancia, para medirla podemos abrir los brazos», indica Moreno extendiendo los suyos, mientras algunos sonríen y otros imitan el movimiento.
Después llega el jabón para restregar las manos, el enjuague con agua que llevan en termos y el gel. Finalmente, enseña cómo ponerse los tapabocas.
«Yo te lo pongo, Lalito», le dice Moreno a un joven de veintitantos. Le quita la gorra y le acomoda cuidadosamente los tirantes del barbijo.
Lalito, que parece un rey andrajoso con un vetusto mantel al cuello, sonríe desde su tóxico ensueño. Aún parece poder valerse por sí mismo.
«Los agreden más», comenta comando rojo en Ciudad de México
Pero en medio del cierre generalizado de servicios, otras personas sin hogar como Hermelinda, de 36 años, llevan la peor parte.
Postrada en una destartalada silla de ruedas, con las piernas temblorosas y el cuerpo maltrecho, Herme, como la llaman cariñosamente, tiene mirada perdida pero dulce.
Hernández le ayuda a desinfectarse las manos con agua y gel. Normalmente, la lleva tres veces por semana a las oficinas de El Caracol para que pueda bañarse y alimentarse, además de someterla a revisión médica.
El activista denuncia que personas como ella están «sufriendo más la pandemia», pues «el gobierno (…) los agrede».
Según testimonios que recopila, «los estragos» ya son visibles. «Ha aumentado la violencia contra la población (callejera), la policía los ha agredido más, les han quitado a sus hijos», afirma.
«¡Cuídate, hermano!», dice comando rojo en Ciudad de México
El gesto adusto de Hernández contrasta con la actitud afectuosa con la que dialoga con quienes se acercan a pedirle ropa o comida.
El Caracol les brinda más que eso. Desde ayudarlos a denunciar violaciones de sus derechos hasta conseguirles vivienda, solventada con los fondos que recaudan.
Tras visitar unas 48 poblaciones callejeras desde que empezó el confinamiento, a finales de marzo, el comando percibe que la COVID-19 aún no llegó a la calle, pero temen cuando suceda.
«No sé que va a pasar. El tema de la discriminación los coloca en mucha vulnerabilidad porque tienen difícil acceso a los servicios de salud», advierte Hernández.
Mientras tanto, junto a su joven equipo, intenta protegerlos al máximo. «Nos vemos, carnal, cuídate hermano, cuídense mucho», les dice cálidamente al terminar su recorrido.