Los avances tecnológicos y científicos han cambiado el mundo y han ayudado al hombre a hacer de su estancia en el mundo algo mucho más sencillo.
Los medicamentos y vacunas son sin duda uno de los avances más importantes de la historia de la humanidad.
Si no fuera por estas sustancias, la mortandad del ser humano sería muy al estilo de la edad media, en donde millones de personas en el mundo morían por enfermedades como la viruela, la poliomielitis, el sarampión, la rubeola y otras tantas que en la actualidad ni siquiera se consideran peligrosas.
Sin embargo, en medio de todo este “edén” para la salud de las personas, ha surgido un grupo importante de unas miles de personas que rechazan estas posibilidades de cura.
Son los llamados movimiento anti vacunas, en su mayoría padres de familia que han rechazado vacunar a sus hijos y prevenir importantes enfermedades como el sarampión y la rubeola.
Pero ¿qué los lleva a poner en peligro la vida de sus hijos, y de paso la del resto de la población? ¿Cuándo y por qué surgieron estos movimientos?
En su libro titulado “El Peligro de creer”, el periodista y divulgador científico Luis Alfonso Gámez explica los terribles secretos que encierra el movimiento antivacunas.
De acuerdo con Gámez, este movimiento tiene su origen en una investigación del médico británico Andrew Wakefield que fue publicada en 1998 en la revista The Lancet.
De acuerdo con el médico, luego de examinar a doce niños autistas, concluyó que existía una conexión entre la administración de la triple vírica (vacuna que protege contra el sarampión, la rubeola y las paperas) y el autismo.
Cuando el artículo vio la luz, la comunidad científica se mantuvo con escepticismo, entre otras cosas por lo pequeño de la muestra.
Por desgracia, el estudio tuvo un gran impacto mediático en el Reino Unido, causando que muchos padres comenzaran a tener miedo de vacunar a sus hijos.
En los 10 años siguientes a la investigación de Wakefield los índices de vacunación de aquel país cayeron del 92% al 85%, y los casos de sarampión se dispararon.
Surge el movimiento.
Durante ese tiempo el ahora exmédico Wakefield se consagró como el líder del movimiento antivacunas mundial, impulsado por grandes celebridades como Jenny McCarthy, y su novio de entonces, el reconocido actor Jim Carrey.
En 2007 McCarthy, ex conejita Playboy, aseguraba que la vacuna triple vírica había provocado el autismo de su hijo Evan.
Fue tanto el auge de esta nueva “moda” que la mismísima Oprah Winfrey prestó apoyo al movimiento y mermó la confianza de miles de padres.
Desde entonces, en Estados Unidos hubo un incremento considerable de casos de rubeola, sarampión y paperas; incluso, algunos padres de autistas exigieron al gobierno estadounidense indemnizaciones por los “peligros” de la vacuna SPR.
Todo empeoró cuando McCarthy anunció en 2008 que su hijo se había “curado” del autismo. Especialistas indicaron que el menor fue diagnosticado erróneamente pues ese trastorno es incurable.
¿Qué hicieron los otros científicos?
La comunidad no estaba nada contenta con los resultados difundidos por Wakefield, pues ningún otro equipo científico obtuvo los mismos resultados.
Todo era mentira.
En 2004, diez de los autores que acompañaron a Andrew Wakefield en su investigación original retiraron su firma del artículo.
Incluso, la revista The Lancet, tuvo que publicar una rectificación del artículo, poniendo en duda las conclusiones de dicho trabajo; finalmente en 2010 la revista retiró de sus archivos la investigación.
¿Qué ganaba este médico esparciendo el temor por las vacunas?
En enero de 2011, después de siete años de investigación, el periodista Brian Deer descubrió que Wakefield había planificado una serie de negocios para obtener millones aprovechándose del miedo hacia las vacunas.
Todo se trataba de dinero.
Detrás del montaje existía toda una completa red de intereses económicos, en los que estaba embarrado el Hospital Real Gratuito de Londres en el que trabajaba el médico.
Deer descubrió que los gestores del hospital planeaban montar posibles negocios basado en el miedo a la triple vírica, es decir ofrecer otro “tratamiento”.
Uno de los proyectos, creado a nombre de la esposa de Wakefield, pretendía desarrollar vacunas con las que reemplazar la vacuna SPR.
Pero ¿cómo podría vender vacunas si ya existían las adecuadas? Esparciendo el rumor de que las vacunas existentes provocaban autismo.
El cirujano y sus socios pretendían ganar hasta 33 millones de euros en Estados Unidos y el Reino Unido, en donde además venderían pruebas para la detección de la enterocolitis autística, una enfermedad que el propio médico inventó para conectar la vacuna triple vírica con el autismo.
Deer también descubrió que Wakefield se negó a confirmar su propio estudio. A principios de los 2000, el médico británico rechazó financiación para repetir las pruebas con 150 pacientes.
La investigación de Wakefield sobre la triple vírica y el autismo está considerada como uno de los mayores fraudes científicos de la historia y ha propiciado caídas en los índices de vacunación en el Reino Unido, Estados Unidos y otros países desarrollados.
Ricos pero ignorantes.
Mientras en los países pobres ruegan por paquetes de vacunas que ayuden a sus hijos a estar más sanos, en los países ricos miles de padres rechazan voluntariamente la ayuda de las vacunas.
Expertos han coincidido en que el aumento de niños no vacunados pone en riesgo la salud de los más pequeños, y de aquellos menores que no pueden ser inmunizados por diversas circunstancias.
Incluso han puesto en peligro a todos aquellos adultos que nacieron antes de las campañas de vacunación masivas y que no pasaron la enfermedad; de los diabéticos, los infectados con VIH, e incluso de las personas que han perdido o tienen debilitadas sus defensas.
Gracias a las vacunas, enfermedades como la viruela y la poliomielitis están a punto de erradicarse de Occidente.
Incluso, la Organización Mundial de la Salud calcula que la inmunización evita cada año alrededor de dos o tres millones de muertos por difteria, tétanos, tos ferina y sarampión.
Sin duda, movimientos irresponsables como el de la antivacunación suponen un problema de salud pública en el mundo, y del cual los gobiernos deberían hacer frente con medidas más allá de las campañas de información.